el tarro de las esencias

El tarro de las esencias

La afirmación “el logotipo ES la empresa que me hizo un amigo en el contexto de una discusión sobre el diseño, me ha hecho pensar.

Tom Peters, el gurú del Management, en su libro “el diseño” afirma que el diseño no puede ser solamente el lacito y el papel de regalo que se pone a un producto para que quede bonito, sino que el diseño, la belleza, debe estar en el núcleo de la empresa, del proceso productivo, que los diseñadores tienen que formar parte del comités ejecutivos, que para triunfar tienen que crearse procesos “bonitos”, en definitiva, que el diseño es el ALMA de la empresa.

Es verdad que él equipara belleza y diseño, pero por ahora este no es el tema de este escrito. No voy ahora a discutir si el iPhon tiene algún punto de conexión con el Guernica de Picasso. A donde me llevó la afirmación de mi amigo, fue a pensar si una creación humana puede llegar a ser la esencia de otra realidad, si el proceso creativo es capaz de atrapar el alma de lo representado.

Ortega y Gasset, hablando de las pinturas de Altamira, viene a decir que ese arte primitivo no es simple representación de los animales ahí plasmados, sino que en la obra está la propia esencia de las cosas. Pero, entonces ¿Qué es la esencia para que se pueda casi separar del propio objeto? ¿Qué es la sustancia para que se pueda compartir entre dos realidades materialmente, por lo menos, tan distintas? Pues no parece que sea lo mismo la carne de bisonte o de cierva y los cromatismos de las paredes de Altamira. ¿Es lo mismo un “logo” que una “unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos (RAE)” como son las empresas?

Más conocida es la teoría que desarrolla Gombrich en su ensayo “meditaciones sobre un caballo de juguete” en la que afirma “La imagen no es una imitación de la ´forma externa´ de un objeto, sino una imitación de ciertos aspectos privilegiados e importantes” o también “El común denominador entre el símbolo y la cosa simbolizada no es la ´forma externa´, sin la función”. Por tanto la obra de arte, en este caso el caballito de madera, es un sustitutivo de la realidad que representa.

Pero ¿En qué sentido o qué medida es un sustitutivo de la función? En el sentido y en la medida que nos provoca los mismos procesos internos que la realidad que representa. De forma más precisa se pude decir que la referencia no proviene de las ´formas externas´ del objeto sino de la función de sustituir, de forma simbólica, dicho objeto y del sentido dado por la cultura y la sociedad.

Referencia, sustitución, imitación, son algunos de los términos que usa para hablar de la representación. Función, forma simbólica, cierto aspecto privilegiado e importante del objeto son las palabras que definen lo común entre el objeto y su representación. Es decir, la esencia que estamos buscando.

Parece ser que las cosas tienen un “halito” que puede ser atrapado por el artista o el diseñador susceptible de ser plasmado en otra materialidad, en la obra de arte o en el diseño, de forma que esta nueva realidad sustituye a la original. Parece ser que hay dos “mundos” uno material y otro espiritual entrelazados e intercambiables en virtud del mundo espiritual.

¿Esto nos plantea un dualismo? Me chocó la siguiente afirmación de Luis Fernández-Galiano:

“en el Génesis, la materia adquiere vida –se anima- bajo el soplo que le infunde el espíritu, inaugurando el dualismo entre el barro y el hálito que tiene seguramente su expresión más acabada en la distinción cartesiana entre la res extensa y la res cogitans”.

Y me sorprendió porque las últimas investigaciones sobre la mente humana o el gran desarrollo de la tecnología del software, si no llegan a decir que Descartes a muerto, si afirman que no existe tal dualidad. Es decir que el cerebro o los microchips son res extensas y res cogitan a la vez, que no se puede separar la materia de la lógica que la anima para hacer ciertas funciones, algunas de ellas muy complejas. Por tanto el pasaje bíblico sigue sirviendo como metáfora, como sustitutivo de lo que pasa en la realidad, pero para nada fundamenta un dualismo cartesiano.

Antonio Tapies cita en sus memorias la siguiente frase de Bertrand Russel: “la materia es menos materia y el espíritu menos espíritu de lo que se supone generalmente. La separación habitual de la física y la psicología, del espíritu y la materia, es metafísicamente indefendible”

Materia orgánica e inorgánica empapada de un hálito, de una fuerza o energía, que le hace ser lo que es y cumplir la función que cumple, que le da una forma externa a la materia pero que puede tener otra. Una esencia que la captamos en la presencia, pre-esencia, que nos apoderamos de ella, de alguna manera, y que la plasmamos en otra materia. Tal vez así, podemos decir que el logotipo ES la empresa y que el diseño es su ALMA.

Pero el arte y el artista, como el filósofo, actúan sobre la realidad entera. No sólo sobre los productos del mercado como hace el diseñador para vender, objetivo principal que Tom Peters no pretende ocultar en su libro ya citado.

El artista es como una madre, que es capaz de comer unos callos a la madrileña y convertirlos en suave y deliciosa leche materna apta para el paladar fino del bebé y para su delicado aparato digestivo. Curiosamente cuando el niño se hace mayor la leche materna se hace indigesta y cuando la madre deja de tener bebés deja de producir su leche. Esto es lo que pasa en nuestras sociedades pragmáticas que se enorgullecen de su madurez y sentido práctico. Estériles de artistas, que desprecian su inutilidad y que como mucho aprecian la belleza utilitaria del diseño. Pero nos hemos desviado de nuestra búsqueda.

Miles de microchips que siguen una misma lógica. Cerebros pensando. ADN informando el proceso de la materia. La esencia y la pre-esencia, la usía y la parusía (Heidegger). Res extensas distintas que SON las mismas res cogitans (tras la muerte de Descartes). La materia como principio de individuación de las especies, que da los distintos individuos de una misma especie, de una misma esencia (Aristóteles).

El tarro de las esencias, que el artista destapa, conoce, agarra, y es capaz de coger parte de esa esencia y meterlo en otro tarro distinto, plástico, literario, musical, poético… haciendo la inaccesible realidad lactable.